La importancia religiosa de Istakr fue marcada en el siglo IV a.C. por el establecimiento en Persépolis por parte de Artajerjes II de una estatua dedicada a Anaitis (Anahita), aunque en este contexto es necesario indicar que estas estatuas fueron colocadas con regularidad dentro de los templos. La fundación de Artajerjes puede, por lo tanto, ser identificada razonablemente como un templo cuyas imponentes ruinas se encontraban “en torno a una parasanga de la ciudad de Istahkr”, ruinas que fueron visitadas por Mas’ūdī en el siglo X y quien observó la presencia de “pilares, realizados con bloques de piedra de un tamaño impresionante, coronados por curiosas figuras de piedra que representan caballos y otros animales, de formas y proporciones gigantescas”. En torno a estos restos había “un gran espacio vacío rodeado por un fuerte muro de piedra, cubierto con bajorrelieves muy elegantemente forjados”.
Este templo en ruinas era probablemente un edificio original aqueménida, que sin duda había sido saqueado por los macedonios y posteriormente restaurado y embellecido aún más bajo los sasánidas. Mas’ūdī registra la tradición de que había sido originalmente un “ídolo-templo”, convertido a uno de fuego por Homāy, el legendario predecesor de la dinastía aqueménida. De hecho, fue presumiblemente a principios del período sasánida, o un poco antes, cuando el movimiento iconoclasta del zoroastrismo hizo que el culto a la imagen de Anahita fuera reemplazado por un fuego sagrado, que Mas’ūdī caracteriza como “uno de los más venerados de los fuegos del zoroastrismo”. La asociación con Anahita persistió, sin embargo, y Tabarī indica que el santuario era conocido como “la casa del fuego de Anahita” (bayt nār Anāhīd).
La conserjería de este templo era, evidentemente, una función de prestigio, que según la tradición estuvo ocupada por Sāsān, antepasado epónimo de la dinastía sasánida, según Tabari. Indica que se había casado dentro de la familia de los Bāzrangīs, vasallos de los arsácidas, que gobernaban en Istahkr a principios del siglo III. Posteriormente Ardašīr tuvo la fama de haber enviado a la “casa del fuego de Anahita” las cabezas de los enemigos muertos en sus primeras campañas, y en 340 Šāpuhr II tenía las cabezas de los cristianos colgadas allí (Tabari, I, p 819). Entre los honores conferidos al gran sumo sacerdote sasánida, Kirdēr, por Bahrām II (276-293) se encontraba el de maestro de ceremonias (ēwēnbed) y director (pādixšāy) del “fuego(s) en Istakhr de Anahita-Ardašīr y de Anahita la Señora”: ādur ī anāhīd ardaxšīr ud anāhīd ī bānūg.
Teniendo en cuenta lo grande que eran los otros privilegios y poderes de los que gozaba Kirdēr, estos nombramientos, orgullosamente registrados por él, dan fe de la inmensa estima en que se llevaron a cabo estos fuegos sagrados en Istakhr. Ya que Bānū (Señora) es un epíteto cultual de Anahita, el segundo fuego nombrado era evidentemente el de la fundación aqueménida. El primero, cuyo nombre carece de explicación satisfactoria, fue probablemente el de “la casa del fuego, que se llama la de Ardašīr”, donde los nobles de Istakhr habían coronado a Yazdegerd III en el año 632 (Tabari, I, p 1067.); y es probable que sea este mismo templo el que se describe teniendo pilares redondos con capiteles de toros, que se convertiría posteriormente en la principal mezquita de Istakhr (Moqaddasī, p. 436). Mas’ūdī indica que, antes de que se arruinara el templo de Anahita, su fuego fue llevado a otro lugar, argumentándose que se trataba de uno de los dos fuegos honrados que se llevaron finalmente a la seguridad de Šarīfābād, cerca de Yazd, donde arde hasta nuestros días.
En la época sasánida el tesoro real (ganj ī šāhīgān) parece haber estado situado en Istakhr. Es mencionado con frecuencia en el Dēnkard y en el Mādayān ī hazār dādestān, pues entre sus contenidos, eran los libros de lo sagrado y lo profano. A finales del período sasánida, este tesoro, sin duda, habría incluido uno de los raros ejemplares del Gran Avesta, posiblemente, aquel del que deriva toda la tradición manuscrita avéstica existente. Mas’ūdī afirma haber visto en la casa de un gran noble persa de Istakhr un gran y muy bien trabajado manuscrito copiado a partir de documentos de la tesorería real, incluyendo, según su descripción, el Tāj-nāma.
A pesar de su importancia religiosa, Istakhr es rara vez mencionada por su nombre en los escritos zoroástricos.
Columna aqueménida hallada en Istakhr
Vaso sasánida con representación de la diosa Anahita
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