viernes, 29 de julio de 2011

Ingeniería Aqueménida VI. El canal de Athos.

Durante la campaña de Jerjes contra Grecia, el monarca Aqueménida quería que sus fuerzas entraran en Grecia por el istmo del Monte Athos. Ante la turbulencia de sus corrientes, que eran demasiado fuertes y donde ya Darío, en el año 492 a.C.,  había perdido unas 300 naves al mando de Mardonio, el rey mandó excavar un canal en el año 480 a.C. que cruzara el istmo para evitar tener que rodear el cabo. Con una numerosa mano de obra y diversos expertos en la construcción de canales, los hombres de Jerjes apenas tardaron seis meses en concluir el proyecto. El canal es debidamente descrito por Heródoto y mencionado por Tucídides. Durante bastante tiempo los historiadores han cuestionado si el monarca Aqueménida construyó realmente este canal, aunque la investigación arqueológica ha demostrado recientemente su definitiva existencia. Según la narración de Heródoto, Jerjes confió la creación del canal a Artaqueas y a Bubares, dos persas de alto rango, y aunque poco antes del final de la obra Artaqueas cayó enfermo y murió, algo que se consideró como un gran desastre y como un mal presagio, el canal fue completado.

Heródoto describe la realización de los trabajos y da detalles prácticos, como hace habitualmente: primero analiza el rumbo del canal y, a continuación, describe como el canal era trabajado en segmentos por grupos de trabajadores de diferente etnia. El historiador da detalles precisos de la dificultad de la obra, donde el canal estuvo a punto de derrumbarse al inicio de la obra. Heródoto indica lo siguiente:

Y he aquí que como los primeros habían sufrido un descalabro al circunnavegar el Athos, desde hacia aproximadamente tres años se hacían preparativos relacionados con el Athos. En efecto, las trirremes estaban en Elayunte del Quersoneso, y partiendo de allí componentes de toda procedencia del ejército hacían un canal a golpes de látigo, y con regularidad llegaban relevos; y también lo excavaban los que habitaban en el Athos. Bubares, el hijo de Megabazo, y Artaqueas, el de Arteo, varones persas, estaban al frente de la obra. Por cierto, es el Athos una montaña grande y renombrada, que se extiende hasta el mar, estando habitada por hombres; donde la montaña acaba en el continente, es de forma peninsular y hay un istmo como de doce estadios: se trata de una llanura y unas colinas no elevadas desde el mar de los acantios hasta el mar que está enfrente de Torone. Y en ese istmo en el que termina el Athos está situada una ciudad helénica, Sane; y las que están situadas más allá de Sane y dentro del Athos, las que en esta ocasión el persa intentaba hacer insulares en vez de continentales, son las siguientes: Dión, Olofixo, Acrotoo, Tisos y Cleonas.

Y los bárbaros, tras repartirse por pueblos el territorio, hacían la excavación del modo siguiente: habiendo trazado una línea recta por la ciudad de Sane, cuando el canal se hizo profundo, los situados en los más hondo excavaban, otros pasaban la tierra que continuamente se excavaba a otros situados más arriba sobre escalones, y éstos, recibiéndola, a su vez a otros, hasta que llegaban a los que se hallaban arriba del todo. Estos  últimos la sacaban y la tiraban fuera. Pues bien, excepto a los fenicios, a los demás, al venirse abajo los muros del canal, les causaban un doble trabajo, pues como daban las mismas medidas a la apertura de arriba que a la de abajo, tenía que sucederles una cosa así. Los fenicios, en cambio, dan pruebas de sabiduría en los demás trabajos y ciertamente también es éste: en efecto, después de haber obtenido en el sorteo la parte que les correspondió, excavaron la apertura superior del canal haciéndola el doble de lo que debía ser el canal mismo y, según avanzaba su trabajo, la fueron progresivamente estrechando: así pues, llegó al fondo y su obra era igual a las demás.

Según yo concluyo al hacer mis conjeturas, Jerjes ordenó hacer ese canal por orgullo, queriendo demostrar su poderío y dejar algo digno de recuerdo: pues siendo posible, sin tomarse ningún trabajo, arrastrar las naves a través del istmo, ordenó excavar un canal en el mar de una anchura tal que dos trirremes pudieran navegar conducidas a la par. Y a los mismos a quienes había ordenado el canal, les ordenó también que, uniendo una orilla con la otra, pontearan el río Estrimón (Heródoto, VII, 22-24).

En la actualidad, el canal, enterrado bajo siglos de sedimentos y aluviones, es detectable en el suelo, así como por medio del uso de la fotografía aérea, lo que nos demuestra que la estructura es una prueba notable de la estrategia militar, de la fuerza de trabajo y de la ingeniería civil desarrollada por los Aqueménidas. Se encuentra entre las aldeas de Nea Roda, al norte, y Tripiti, al sur. Investigaciones realizadas desde 1991 por geofísicos y arqueólogos británicos y griegos revelaron las dimensiones y la alineación exacta del canal. La obra tenía una longitud de dos kilómetros y una anchura de 30 metros, con una profundidad máxima de 15 metros. Las excavaciones arqueológicas han demostrado que el trabajo fue terminado, aunque fue abandonado inmediatamente después de su uso efímero por el monarca Aqueménida, y que su cerramiento fue casi inmediato como así lo confirma el análisis de los sedimentos.


La fotografía aérea muestra la península de Athos. En la parte superior de la imagen, se pueden observar los restos del canal como una línea oscura de vegetación entre los dos puntos rojos. En la entrada occidental del canal (a la derecha de la imagen), hay una colina, y es probablemente que sea esta la tumba de unos de los responsables de su construcción, Artaqueas.

 
Mapa de la Calcídica

Mapa del Monte Athos

Bibliografía específica:
ISSERLIN, B. S. J. 1994. The Canal of Xerxes on the Mount Athos Peninsula, Annual of the British School at Athens 89, pp. 277-284.
MÜLLER, D. 1987. Topographischer Bildkommentar zu den Historien Herodotos, Tübingen.

lunes, 25 de julio de 2011

Ingeniería Aqueménida V. El canal de “Suez” de Darío.

Este canal es frecuentemente mencionado en la literatura moderna, aunque existen pocas discusiones en cuanto a los motivos que llevaron al monarca Aqueménida a realizar semejante empresa. Se puede postular que estos motivos fueron indudablemente económicos, aunque también se puede explicar por el interés que tuvo el Gran Rey por desarrollar el sistema de comunicaciones (el sistema de caminos reales es un ejemplo), o simplemente respondió a motivos estratégicos. El istmo de Suez ya había sido abierto a la navegación durante el Reino Nuevo, desde Heroónpolis (Tell Maskhouta) hasta el Mar Rojo vía el Wadi Tumilat y los lagos Amargos. Según Heródoto, Necao, faraón de la XXVI Dinastía, había reanudado, con un proyecto de mayor amplitud, la reparación del antiguo canal faraónico, aunque no llegó a terminar el proyecto. 

Fue Darío quien ordenó terminar y ampliar la colosal obra. El antiguo canal había sido obstruido por la arena, pero en pocos años una soberbia vía acuática de 45 metros de anchura, en la que dos trirremes podían cruzarse o navegar de lado unió los dos mares. Con los conocimientos hidrológicos de la época, los ingenieros de Darío utilizaron herramientas de hierro y bronce, con las que primero excavaron el canal y luego apartaron la arena y levantaron paredes de piedra para facilitar la navegación. Incluso con una ingente mano de obra de canteros y constructores egipcios se tardaron siete años en construir la canalización de más de 210 kilómetros, donde incluso hay investigadores que piensan que algunos tramos del canal, situados entre el Nilo y el Mar Rojo no eran propiamente un canal sino un camino de piedra sobre el que se tenían que arrastrar los barcos hasta llegar a otro tramo de mayor profundidad donde pudieran volver a ponerse a flote. 

La inauguración, que tuvo lugar en presencia del propio Darío, fue una ceremonia grandiosa. Tres grandes estelas de granito rosa con inscripciones en egipcio y en los idiomas imperiales (arameo, persa antiguo, elamita y babilonio) fueron erigidas, jalonando el canal en Tell el-Maskhutah, el-Kabrit (Kabret) y Suez, para recordar la grandiosa obra realizada por el rey "del Alto y el Bajo Egipto, el Gran Rey, el rey de reyes, Darío... el hijo de Neith, la imagen de Ra... de quien todo lo que Su Majestad pronuncia existe inmediatamente como todo lo que brota de la boca de Ra". Al mismo tiempo que estas estelas gloriosas quedaban erigidas, la primera escuadra, compuesta de veinticuatro navíos, atravesaba el canal en presencia del rey para transportar a Persia, por vía marítima, los tributos de las provincias occidentales del Imperio. De hecho, la inscripción dice lo siguiente: 

“Dice el Rey Darío. Yo soy un persa. Partiendo de Persia, conquisté Egipto. Ordené que se construyera este canal desde el río llamado Nilo, que fluye en Egipto, hacia el mar que empieza en Persia. Cuando el canal había sido construido tal y como ordené, los barcos fueron desde Egipto a través de este canal hasta Persia, como era mi intención”

 En cuanto a las dimensiones y a la longitud del canal, Heródoto es quien menciona que esta construcción tenía la suficiente anchura como para permitir el paso de dos trirremes; en cuanto a la longitud, el historiador griego menciona cuatro días de viaje desde Bubastis a Suez y más de 1.000 estadios desde el Mediterráneo al Mar Rojo. Estrabón indica una anchura de 100 codos, con una profundidad suficiente para una myriophoros naus. Y Plinio menciona una anchura de 100 pies y una profundidad de 40 pies, así como una longitud de 62,5 millas. Como se observa, no existen correspondencias entre la versión de Heródoto y la tradición posterior. En cuanto al valor de las figuras, cuatro días de viaje es ciertamente más largo de lo necesario, especialmente entre Bubastis y Suez, especialmente si se piensa en términos de trirremes. Quizás, la cifra está haciendo referencia al tránsito desde el Mediterráneo hasta Suez, aunque tampoco se puede descartar que los barcos se movieran con cierta prudencia en el espacio restringido del canal. Una anchura suficiente para dos trirremes es probablemente una distancia de 30 metros o 100 píes. La cifra de 45 metros frecuentemente encontrada en la literatura moderna, derivada aparentemente de las medidas realizadas por los franceses durante la expedición de Napoleón a Egipto, estaría haciendo referencia posiblemente a la remodelación realizada por Ptolomeo.

El canal de Suez en época faraónica

Estela de Chalouf, emplazada en el Museo del Louvre

Reconstrucción de la Estela de Chalouf

Bibliografía específica:
BRESCIANI, E. 1998. "L'Egitto achemenide. Dario I eil canale del mar Rosso", Transeuphratene 14, pp. 103-111.
BRIANT, P. 1996. Histoire de l´enpire perse. De Cyrus à Alexandre, Paris.
HOLLADAY, J. S. 1982. Cities of the Delta III: Tell el-Maskhuta. Preliminary Report on the Wadi Tumilat Project 1978-79, Malibu.
HOLLADAY, J. S. 1992. "Maskhuta, Tell els", The Anchor Bible Dictionary IV, pp. 588-592.
POSENER,  G. 1936. La première domination perse en Égypte, El Cairo.
PAICE, P. 1993. "The Punt relief, the Pithon stele and the Periplus of the Erythrean Sea", en A. Harrack (ed.), Contacts between cultures. West Asia and North Africa, I, Leviston, pp. 227-235.
POSENER, G. 1938. "Le canal du Nil à la mer Rouge avant les Ptolémées", Chronique d'Egypte 13, pp. 259-273.
REDMOUNT, C. A. 1995. "The Wadi Tumilat and the 'Canal of the Pharaohs'", Journal of Near Eastern Studies 54/2, pp. 127-135.
SALLES, J. F. 1990. "Les Achéménides dans le Golfe arabo-persique", Achaemenid History IV, pp. 111-130. 
TUPLIN, CH. 1991. "Darius' Suez canal and Persian imperialism", Achaemenid History VI, pp. 237-283. 

domingo, 24 de julio de 2011

Alejandro y la conquista de las satrapías orientales

Tras la caída de Persépolis, Alejandro invirtió casi cuatro años (330-327 a.C.) en la conquista del este de Irán, salpicados de sangrientos encuentros, extenuantes marchas y fundaciones de colonias militares. A lo largo del año 330 a.C., las regiones al Sur del Caspio y las del área central y suroriental de la meseta irania (Aria, Drangiana, Aracosia, Gedrosia y Gandhāra), pudieron ser ocupadas sin excesiva resistencia. Pero al otro lado de la imponente cadena montañosa del Hindukush, esperaba el núcleo de resistencia irania, en las regiones más orientales del imperio de los Aqueménidas. 

Tras la toma de Persépolis, Alejandro se dirigió hacia la última capital de los Aqueménidas que aún no había sido tomada, Ecbatana, la antigua ciudad meda, donde Darío III se había refugiado tras su derrota en Gaugamela. Ante el avance del macedonio, el monarca Aqueménida decidió dirigirse hacia Bactria para formar un nuevo ejército con el que enfrentarse nuevamente a Alejandro. Sin embargo, al ver que el macedonio insistía en capturar a Darío, un grupo de nobles, entre los que se encontraban los sátrapas Bessos (Bactria), Barsaentes (Aracosia) y Satibarzanes (Aria), tomaron como rehén a Darío con el fin de pactar con Alejandro la posible independencia de las satrapías orientales que gobernaban, pero el monarca Aqueménida acabó siendo asesinado por Bessos, quien se autoproclamó rey de Persia con el nombre de Artajerjes V. Alejandro, con la excusa de vengar la muerte de Darío, prosiguió la conquista del imperio que habían gobernado los Aqueménidas durante más de doscientos años.

Tras ocupar Hircania, Alejandro continuó hacia el este, a Susia (moderna Tus), donde acudió Satibarzanes para anunciar su rendición. La satrapía de Aria era una región de gran importancia estratégica, pues permitía a Alejandro atravesar el siempre difícil desierto de Karakum sin resistencia. Sin embargo, en su camino hacia Bactria, Alejandro se enteró de que el sátrapa se había revelado, por lo que tuvo que retroceder. Ante la situación, Satibarzanes decidió huir junto a Bessos, mientras que la capital de la satrapía, Artakoana (Herat) era asediada y tomada por los macedonios. Alejandro, refundó la ciudad dándola un nuevo nombre, Alejandría. Había pasado un mes desde que el sátrapa de Aria se había revelado, tiempo que aprovechó Bessos para preparar un ejército que impidiera a Alejandro cruzar el desierto. Este hecho forzó a los macedonios a ir al sur, a Drangiana, donde podrían pasar el invierno. Sin embargo, Satibarzanes, empeñado en retomar su posición, regresó a Aria, situación que obligó Alejandro a enviar a Erigio para acabar definitivamente con el sátrapa. Lo que aconteció no está claro, aunque las fuentes trasmiten que Erigio asesinó a Satibarzanes en combate individual en la primavera del 329 a.C.

En esa misma fecha, Alejandro, obligado por Bessos a dar un rodeo por Drangiana, Aracosia y Gandhāra, atravesó la imponente cordillera del Hindukush, que Bessos había dejado desguarnecida al pensar que sólo un loco se atrevería a cruzar semejante cordillera montañosa aún cubierta de hielo y nieve, y ocupó Bactriana sin problemas, mientras Bessos se retiraba al norte del río Oxus, a la satrapía más septentrional, Sogdiana. Ni las montañas, ni el desierto entre la ciudad ni el río Oxus fueron obstáculos insalvables para los macedonios. En Sogdiana, Bessos, traicionado por sus generales, Espitamenes y Datames, fue capturado por el ejército de Alejandro y ejecutado. El conquistador macedonio mutiló cruelmente a Bessos al cortarle las orejas y la nariz. A pesar de que era una práctica chocante para los griegos, Alejandro, como monarca Aqueménida, estaba obligado a castigar al regicida. Dos siglos antes, Darío, como se puede leer en la inscripción de Behistun, había ordenado el mismo trato a un rebelde medo, Fraortes. Tras la mutilación, Bessos, entregado al hermano de Darío, Oxatres, a quien se le ordenó marchar con el prisionero hasta el lugar donde había asesinado a Darío, fue crucificado.

Alejandro prosiguió entonces su marcha y cruzó la Sogdiana hasta alcanzar el límite de ésta y del imperio de los Aqueménidas, el río Yaxartes, donde fundó Alejandría Escate, “la última Alejandría”, con el fin de convertirla en una guarnición contra las peligrosas tribus nómadas del norte. Cinco años después del inicio de la invasión, la victoria de Alejandro parecía completa, sin embargo, Espitamenes, el sátrapa de Sogdiana, continuó, no obstante, la resistencia, con apoyo de los nómadas de la estepa, escitas y masagetas. Los motivos de la rebelión no están claros, pero el sátrapa asedió la capital, Maracanda (Samarkanda), y atacó otras plazas anteriormente ocupadas por los macedonios. Espitamenes comandaba un ejército eficaz compuesto de jinetes arqueros que eran capaces de recorrer rápidamente el país estepario. El ejército de Alejandro era mucho más lento y era presa fácil para los rebeldes. A pesar de la superioridad que los macedonios habían demostrado en sus enfrentamientos contra los persas, eran incapaces de hacer frente a este cuerpo militar.

Al oír las noticias de la revuelta, Alejandro decidió volver para levantar el asedio de Maracanda, pero inmediatamente fue atacado en su retaguardia por las tribus nómadas asentadas al otro lado del Yaxartes, viéndose obligado a volver hacia atrás para hacerlas frente. A su vez envió un ejército a Maracanda, que sin embargo fue completamente aniquilado. Después de una victoria menor contra las tribus nómadas, Alejandro tuvo la oportunidad de ocuparse de Espitamenes. Cuando alcanzó Maracanda el asedio ya había finalizado y no se sabía con certeza donde se encontraba el rebelde. Alejandro había perdido muchos hombres y no pudo hacer nada, decidiéndose quedar en la capital de la satrapía a la espera de refuerzos. La ocasión la aprovechó Espitamenes para atacar la Bactriana (329/328 a.C.), provocando un gran caos aunque finalmente fue repelido por el sátrapa de ésta, Artabazo II, un persa que pertenecía al grupo de cortesanos en los que más confiaba Alejandro. En la primavera del 328 a.C., el monarca macedonio envió a Crátero al oeste para fortificar el oasis de Merv. Esto era necesario puesto que evitaría que el rebelde atacara Aria, en la retaguardia de Alejandro.

Este hecho significó el final de la guerra para Espitamenes. Necesitaba los oasis para obtener recursos y la pérdida de éstos suponía un grave peligro para su supervivencia. A finales del 328 a.C. fue derrotado por Coenus, un general macedonio, y cuando los sogdianos y las tribus nómadas, cansadas de la lucha, se enteraron de que el ejército principal de Alejandro se acercaba, asesinaron al sátrapa y permitieron a Alejandro la ocupación del límite septentrional del imperio, a orillas del Yaxartes. Sin embargo, cabe destacar, que la hija de Espitamenes, Apame, se casó con uno de los generales más importantes de Alejandro, Seleúco; la pareja tuvo un hijo, Antíoco. A la muerte de Alejandro, Seleúco y Antíoco se convirtieron en los reyes de las posesiones asiáticas de Alejandro, siendo Apame reconocida como la madre de la Dinastía Seleúcida, donde varias ciudades fueron llamadas Apamea en su honor. De este modo, tras la derrota de Espitamenes, Alejandro, por fin, hizo suyo el hasta entonces imperio de los monarcas Aqueménidas.

El Imperio de Alejandro

Bibliografía específica: 
BERVE, H. 1926. Das Alexanderreich auf prosopographischer Grundlage II, Munich.
BOSWORTH, A. B. 1980. Historical Commentary on Arrian’s History of Alexander I, Oxford, pp. 285-313.
BOSWORTH, A. B. 1981. “A Missing Year in the History of Alexander the Great”, Journal of Hellenic Studies 101, pp. 17-39.
BRIANT, P. 1984. L’Asie centrale et les royaumes Proche-­Orientaux du premier millénaire (c. VIII-IV siècles avant notre ère), Paris.
ENGELS, D. W. 1978. Alexander the Great and the Logistics of the Macedonian Army, Berkeley.
HECKEL, W. 1981. “Some Speculations on the Prosopography of the Alexanderreich", Liverpool Classical Monthly 6, pp. 63-70.

viernes, 8 de julio de 2011

Ingeniería Aqueménida IV. Jardines.

La invención de los qanāts en la antigua Persia le dio a los Aqueménidas más oportunidades, no sólo para mejorar su economía a través del desarrollo de la agricultura, sino también para concentrarse en la creación de jardines. Aunque no es un tema propiamente relacionado con la ingeniería, me parece interesante mencionar la importancia de los jardines, puesto que los Jardines Colgantes de Babilonia, considerados como una de las maravillas del mundo antiguo, se inspiraron en las técnicas iranias de creación de jardines. Sabemos que desde el primer milenio a.C., el jardín fue parte integral de la arquitectura persa, ya sea imperial o autóctona. Además de las referencias históricas escritas (Jenofonte, Econ., IV, 20-25; Arriano, Anab., V, 29.4-5), las evidencias arqueológicas de los jardines Aqueménidas existen en Pasargadā, Persépolis y Susa por ejemplo. En Pasargadā, entre la Residencia (Palacio P) y el Palacio S hay dos pabellones y un amplio conjunto de canales de piedra que, aunque en parte decorativos, presumiblemente sirvieron como canales de riego que permitieron un suministro de agua procedente de la parte nororiental y eventualmente desde una fuente perenne emplazada al este del Tall-i Takht para crear un jardín. El exceso de agua habría fluido hacia el sur, hacia el área de la tumba de Ciro, que se encontraba en un paradeisos emplazado junto a las orillas de un río (Aristóbulo 139 F 51 = Estrabón, XV, 3.7; Arriano, Anab., VI, 29.4). David Stronach afirma específicamente que el área de 150 x 120 metros emplazada enfrente del Palacio P es un jardín de cuatro partes que simboliza las cuatro partes del mundo y es un claro precursor del posterior diseño del jardín persa. Lo cierto es que la existencia de un jardín en ese espacio es bastante mejor propuesta que las demás zonas demarcadas por el plano de Stronach; y que si estas otras áreas contenían áreas cultivables es bastante posible que fueran de un modelo diferente.

A pesar de los hallazgos, y a excepción de la zona central de Pasargadā, las identificaciones de los otros posibles jardines son hipotéticas. Éstas ofrecen por lo menos tres escenarios diferentes: en primer lugar, edificios en una mezcla de jardín formal no cerrado y zonas verdes; en segundo lugar edificios dentro de un jardín cerrado de unas 3,5 hectáreas; y en tercer lugar pequeños jardines rodeados por edificios. De todas formas sabemos que los Aqueménidas tenían un gran interés en la horticultura y la agricultura. Su administración alentó mucho los esfuerzos de las satrapías hacia prácticas innovadoras en agronomía, arboricultura y riego. Numerosas variedades de plantas fueron introducidas en todo el imperio (Jenofonte, Oeconomicus, IV, 8.10-12). Sin embargo, no se establece que el estilo en cuanto a especies era una función primordial de todos los jardines. En términos generales, el aspecto de un jardín, evidentemente, pudo haber variado mucho dependiendo del tipo de árboles plantados. Según Jenofonte (Econ., IV, 20) el paraíso de Ciro el Joven en los alrededores de Sardes fue visitado por el espartano Lisandro, quien embriagado del aroma de las flores y del elegante diseño del jardín, se quedó maravillado de que los hermosos árboles estuvieran “fina y uniformemente plantados” y de la manera en que todo era “exacto y dispuesto en ángulo recto”.

Lo que hizo realmente especial a los jardines durante el periodo Aqueménida fue que por primera vez el jardín se convirtió no sólo en una parte integral de la arquitectura, sino que también fue el foco de la misma. Los jardines, de ahora en adelante, fueron una parte integral de la cultura persa. Las sucesivas generaciones de monarcas europeos y asiáticos y los amantes del jardín copiaron el concepto y diseño de los jardines persas (Jenofonte, Cirop., V, 3.7-13; idem, Econ., IV, 13-14). Los primeros jardines en la meseta iraní, asociados a los Aqueménidas, se encuentran en Pasargadā como ya he indicado, como el parque-residencia real de Ciro II, fundador del imperio persa. Se puede conjeturar que los palacios reales de Pasargadā fueron concebidos y construidos como una serie de palacios y pabellones situados entre jardines de diseño geométrico, en galerías, y tallados minuciosamente y provistos de canales de agua de piedra, situados en un gran parque que contenía variada flora y fauna. Además, todos los edificios tenían pórticos columnados que fueron diseñados para servir a la corte como galerías para ver y disfrutar del jardín. Los residentes reales podían descansar a la sombra dentro de los pabellones y disfrutar de la brisa que portaba la fragancia de las hierbas aromáticas silvestres y de los arbustos herbáceos que se agitaban debajo de las hileras de árboles frutales. Estudios recientes sugieren que este jardín puede haber sido el modelo para el posterior chahârbâgh y hašt behešt.

Además de estas características los jardines también constituyeron una fuente única de placer y de deleite. Los elementos de los jardines fueron asociados con el placer sensorial. No existen dificultades a la hora de imaginar su efecto: el perfume floral, el deleite visual proporcionado por los colores y la presencia de aves y otros animales salvajes, debieron de haber amenizado a la corte real. El registro de material es de poca utilidad a la hora de determinar la gama exacta de las plantas que adornaron estos jardines, aunque los cursos de agua, como en el caso de Pasargadā, permanecen como prueba de su importancia. Sabemos, por las fuentes de época clásica, que, por ejemplo, en los paraísos Aqueménidas se encontraban una gran variedad de árboles frutales como las palmeras datileras (Theofrasto, CV II, 6.7), o el granado (Eliano, VH 1, 33). Además, una tablilla de Persépolis (PFa 33) conserva un inventario de 6.166 árboles frutales (olivos, membrillos, perales, higueras, manzanos, palmeras datileras, moreras, granados, kazla, siELti, kamma) que debían encontrarse en tres paraísos próximos a Persépolis (Appištapdan, Pirdubatti y Tikranuš). El conjunto de las evidencias muestra que los jardines constituyeron una parte importante de la arquitectura monumental Aqueménida.

Reconstrucción del jardín de Pasargada

Plano de un Chaharbagh de época islámica

Plano de Pasargada

Bibliografía específica:
ABOLGHASEMI, L. 1994. “Iranian Garden in the History”, History of Iranian Architecture and Urbanism (Bam: Iranian Cultural Heritage Organization 1994).
AMANDRY, P. 1987. “Le système palatial dans la Perse achéménide”, en E. Lévy (ed.), Le système palatial en Orient, en Greece et à Rome (Travaux du Centre de recherche sur le Proche-Orient et la Grèce Antiques 9), pp. 159-172.
BAZIN, G. 1990. Paradeisos: The Art of the Garden, Boston/Toronto/Londres.
BOURCHARLAT, R. & BENECH, C. 2002. “Organisation et aménagement de l’espace à Pasargades. Reconnaissances archéoligiques de surface, 1999-2002”, Arta 2002.001, pp. 1-41.
BREMMER, J. N. 1999. “Paradise: from Persia, via Greece, into the Septuagint”, en G. P. Luttikhuizen (ed.), Paradise Interpreted. Representations of Biblical Paradise in Judaism and Christianity, Leiden, pp. 1-20.
GHARIPOUR, M. 2009. Pavilion structure in persianate gardens reflections in the textual and visual media, Georgia.
GHARIPOUR, M. & ALLEN, D. C. 2008. “The Achaemenid Garden, A study on Its Contribution to the History of Garden Design and Its Cultural Context”, Middle Eastern & North African Intellectual and Cultural Studies 4/2, pp. 1-35.
HULTGARD, A. 2000. “Das Paradies: vom Park des Perserkönigs zum Ort der Seligen”, en M. Hengel, S. Mittmann & A. M. Schwemer (eds.), La Cité de Dieu – Die Stadt Gottes. 3. Symposium Strasbourg, Tübingen, Uppsala (19-23, September 1998 in Tübingen) (Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament 129), Tübingen, pp. 1-43.
STRONACH, D. 1978. Pasargadae: A Report on the Excavations Conducted by the British Institute of Persian Studies from 1961 to 1963, Oxford
STRONACH, D. 1989. “The Royal Garden at Pasargadae: Evolution and Legacy”, en L. de Meyer & E. Haerinck (eds.), Archaeologica Iranica et Orientalis. Miscellanea in honorem Louis vanden Berghe, Gent, pp. 475-502.
STRONACH, D. 1990. “The Garden as a Political Statement: Some Case Studies from the Near East in the First Millenium B.C.”, Bulletin of the Asian Institute 4, pp. 171-180.
STRONACH, D. 1994. “Parterres and stone watercourses at Pasargadae: notes on the Achaemenid contribution to garden design”, Journal of Garden History 14.1, pp. 3-12.
TUPLIN, CH. 1996. Achaemenid Studies, Stuttgart.
WILBER, D. N. Persian Gardens and Garden Pavilions, Tokio, 1962. 

jueves, 7 de julio de 2011

Alejandro en las Puertas Persas

Quedaba libre el camino que conducía a Babilonia y a los centros neurálgicos del reino Aqueménida, Susa y Persépolis. Babilonia y Susa fueron entregadas por sus respectivos sátrapas, que Alejandro confirmó en sus puestos; en cambio, Persépolis, la capital ceremonial del imperio, decidió resistir. En su camino entre Susa y Persépolis, Alejandro se encontró con dos grandes dificultades, los oxienos de las montañas y la posición defensiva Aqueménida en las Puertas Persas. En cuanto a los oxienos, Arriano (III, 17.1) menciona explícitamente que este pueblo estaba dividido en dos agrupaciones, los que vivían en la llanura, que se sometieron a Alejandro, y los que vivían en las montañas, quienes exigieron un pago para permitir que el ejército macedonio cruzara su territorio. Arriano, con posterioridad, cita una sucesión rápida de acontecimientos con referencia a la expedición de Alejandro contra los oxienos y la intervención de la reina Sisigambis para que este pueblo no fuera deportado tras su derrota. Sin embargo, Quinto-Curcio (V, 3.4-12), relata largamente además el sitio de una ciudad comandada por el gobernador de la región, Medates. 

Lo que queda claro del estudio de los diferentes relatos, es que Alejandro encontró resistencia en su camino hacia Persépolis; lo más probable es que los oxienos guardaran el camino real Aqueménida que se dirigía hasta el Fārs, defendiendo fuertemente un paso estrecho bajo el mando de Medates. Él no estaba allí para demandar el pago de un derecho de paso, sino para detener, o en el peor de los casos, retrasar, el avance del conquistador macedonio hacia Persépolis. Noticias del movimiento de Alejandro desde Susa, y a lo largo del camino real que se dirigía hasta el río Kārūn, por lo tanto el territorio gobernado por Medates, debieron de ser transmitidas. La capacidad de los persas de pensar y actuar constructivamente se pasa por alto con frecuencia. Es enteramente plausible que Medates intentara retrasar el progreso de Alejandro, proporcionando así a Ariobarzanes más tiempo para preparar la defensa en las montañas situadas al sureste. Se puede por ello afirmar que tuvo lugar una batalla en un paso estrecho, donde Alejandro salió victorioso gracias a que la columna enviada para desbordar a los defensores apareció en las alturas tal y como lo describe Diodoro (67.5). Medates, viendo su posición superada, decidió retirarse a la ciudad que Alejandro sitió a continuación y que posteriormente tomó. Este encuentro tuvo lugar en unos pasos estrechos situados a la salida de la llanura de Khūzistān, al noreste de la moderna aldea de Batvand, sobre la moderna carretera que une Susa y Masjed-i Soleimān.

 Tras superar esta posición, Alejandro se encontraría con un problema mayor en las Puertas Persas, defendidas por el sátrapa de Persia, Ariobarzanes. En el sitio, que se ha identificado en el valle de Beshār, al noreste de la moderna ciudad de Yāsūj, los persas se fortificaron en un paso estrecho para detener el avance del macedonio. Alejandro intentó superar la posición Aqueménida pero fue derrotado, viéndose obligado a retirarse por la acción de las catapultas emplazadas detrás de la muralla erigida por los persas en el paso y por las emplazadas en las alturas del desfiladero, así como por la acción de los arqueros persas. Alejandro, derrotado por primera vez, se vio obligado a rodear el paso para sorprender a los persas por la retaguardia, aunque esta acción era realmente demasiado complicada. Era invierno, y a pesar de que existían otros pasos en el Zagros, éstos estaban cubiertos de hielo y nieve. Alejandro, gracias a la ayuda de un guía local, del mismo modo que Efialtes había mostrado el camino para circunvalar el Paso de las Termópilas a Jerjes, encontró la mejor manera de rodear a los persas a pesar de las dificultades existentes. Si es cierta o no esta historia, al amanecer del segundo día tras la derrota macedonia, Ariobarzanes se vio atacado por el este por Alejandro y por el norte por Filotas quien se encargó de acabar con las posiciones persas emplazadas en las alturas. La última defensa Aqueménida había sido derrotada, y Alejandro tenía vía libre para tomar Persépolis. A finales de enero del año 330 a.C., el rey macedonio permitió que sus soldados la saquearan y ordenó entregar a las llamas el complejo palaciego, como simbólico acto de venganza por los actos sacrílegos realizados por Jerjes en Atenas.





Bibliografía específica:
BOSWORTH, A. B. 1980. Historical Commentary on Arrian’s History of Alexander I, Oxford, pp. 285-313.
HAMMOND, N. G. L. 1992. "The Archaeological and Literary Evidence for the Burning of the Persepolis Palace", The Classical Quarterly 42 (2), pp. 358-364. 
SCHIPPMANN, K. 1999. “Alexander´s march from Susa to Persepolis”, Neo-Assyrian, Median, Achaemenian and other studies in honor of David Stronach, pp. 283-308. 
SPECK, H. 2002. “Alexander at the Persian Gates. A study in historiography and topography”, AJAH 5.1.1., pp. 15-234.